lunes, 7 de febrero de 2011
El gnomo del agua
Boldo trabaja sin descanso, realmente le gusta su trabajo, era feliz cada minuto, cada segundo. Siempre tiene esa sonrisa tan contagiosa en su cara.
Ser un gnomo de agua, no es tarea fácil, es un trabajo que requiere la máxima dedicación. Hay que estar pendiente de que el río siempre corra alborotado, con alegría, rebosante de ese agua cristalina, que todos los animales y criaturas del bosque comparten. También hay que cuidar de que las nubes engorden lo suficiente hasta que estén tan grandes, que descarguen su lluvia bañando todo el bosque. Así, cada árbol, cada arbusto y cada flor sacien su sed y luzcan brillantes, compartiendo esa fragancia tan especial que solo puedes sentirla cuando el bosque está recién regado por la lluvia
A Baldo le encanta cumplir con su tarea, pero esa mañana, algo horrible sucedió. Como cada día, se despertó, desayunó unas bayas, se lavó con agua fresca y se dispuso a ponerse su uniforme. Sus pantalones anchos y azules lucían del color del cielo; sus botitas marrones, suaves y flexible le permitían tanto correr, como encaramarse a lo mas alto de cada árbol; su camisa blanca, suave a juego con su chaleco gris, con botones brillantes, hechos con las piedras mas bonitas del fondo del río, sin embargo... cuando llegó a buscar la parte mas importante de todo su precioso uniforme, aquello que hacía que se sintiera realmente listo para salir a cumplir con todas sus tareas, cuando llegó a coger su gorro del agua, no lo pudo encontrar. ¿Que hacer ante esa situación tan horrorosa? ¡¡No podía ir a trabajar sin su gorro!! ¿Como iban a saber que era él? Su precioso gorro, del color del río, del color de las gotas de agua, el gorro que a él le identificaba como gnomo de agua que era... Salió de la seta donde vivía, y se puso a intentar recordar donde había podido dejar su gorro.
Se fue hasta el cauce del río. Buscó entre las coloridas flores que flotaban en el, entre las frondosas raíces que crecían en su cauce, le preguntó a los sapos, las ranas, las libélulas. Nadie había visto su gorro. Se fue hasta la floreada pradera. Buscó entre cada una de las flores que se erguían hacia el sol, entre la alta hierba verde, brillante, le preguntó a las mariposas, a las abejas, a los topos. Nadie había visto su gorro. Se fue hasta lo mas profundo del bosque. Buscó entre las copas de los árboles, entre los nidos de los pájaros, le preguntó a las ardillas, al señor buho, a los ciervos. Nadie había visto su gorro.
Muy triste, volvió a su casa. ¿Cómo iba a seguir siendo un gnomo del agua sin su sombrero? ¿Que iba a hacer a partir de ahora? Mas cuando llegó a su casa, vio que la puerta estaba entreabierta, así que la empujó desconfiado, preguntando en voz alta si alguien había ahí dentro. ¡Que sorpresa tan grande encontrar a todos sus compañeros gnomos ahí dentro! no hacían mas que cuchichear y poner caras traviesas llenas de sonrisas. ¿Que podía significar todo aquello? Entre todos le sacaron de la casa, entre empujones y mas risas. Baldo les quería contar lo de su gorro, y lo triste que estaba, ¿que iban a pensar ahora sus amigos, cuando no lo tenía? era el único de todos ellos no que no lo llevaba, y es mas, ¿como podían pensar ellos que él podía segur realizando sus tareas del agua, si ni si quiera era capaz de cuidar de su gorro?. Pero no había forma de que le dejaran hablar, solo había empujones y mas cuchicheos, hasta que llegaron al lado del gran castaño, donde todos le señalaban hacia arriba, hacia las ramas mas altas. Ante la confusión de todo este alboroto, Baldo decidió trepar por el frondoso árbol, hasta que de la sorpresa, casi se cae de nuevo al suelo. Ahi, en la rama mas alta, en una crisálida en forma de gota de agua, brillante, como el mas bonito de todos los diamantes, estaba su gorro metido. Extendió su manita, hasta atravesar la gota y poder recoger su sombrero. Ahora era mas bonito aun, tenía un color especial, una textura distinta, era como sentir el río corriendo entre tus manos, pero a la vez, cuando se lo puso en la cabeza, era cálido y muy cómodo. Sabía lo que aquello significaba. Bajó emocionado y se reunió con sus amigos que no hacían mas que felicitarle y abrazarle. Ahora Baldo, era el Gnomo Mayor del Agua, en reconocimiento a su esfuerzo y a realizar día a día, lo que era un trabajo, con la alegría de quien hace lo mejor de su mundo.
lunes, 24 de enero de 2011
Lluvia de flores
Erase una vez un pequeño país, que tenía un pequeño bosque y a su vez tenía un pequeño reino. Era un reino muy especial, habitado por criaturas tan fantásticas que solo los gnomo, las hadas y el espíritu del bosque podían ver. Era un reino lleno de colores, maravillosas esencias y sonrisas, y por supuesto, con su rey y su reina, que a su vez, tenían un hijo, que naturalmente era el principe. Nuestra historia ocurre en ese maravilloso reino.
Cada habitante tenía una función fundamental que realizar. Estaban los encargados de colorear las flores, los que hacían cosquillas a los árboles para que al agitar sus ramas consiguiera que la fragancia del bosque se expandiera por todo el país, los que ayudaban a los pájaros a preparar sus nidos y vigilar que nada malo ocurriera a sus polluelos, los que cantaban al río, para que este respondiera bailando por su cauce, para manter sus aguas siempre frescas y cristalinas...
Pero un día algo terrible ocurrió dentro del pequeño reino, el principe se enfermó, no tenía color en sus mejillas, no sonreía, no quería oler la fragancia del bosque, y sus ojos se volvían blancos, como la nieve. Los reyes estaban muy tristes, porque era su único hijo, ya eran muy mayores, y les había costado mucho que el espíritu del bosque les bendijera con alguien que les sucediera una vez ellos no estuvieran, le habían criado libre, habían querido que aprendiera cada una de las funciones del reino para que, cuando ellos se fueran, él pudiera hacerse cargo de supervisar cada una de las funciones, y lo que era mas importante, ayudar a a que todos los habitantes trabajaran juntos para mantener el bosque. ¿Que iban a hacer ahora? ¿como podrían curar a su hijo?
Todos los habitantes del reino se enteraron rápidamente de la terrible noticia, y cada uno de ellos comenzó a pedir por la curación de aquel principe a quien todos querían. Entre ellos, estaba Salvia, era hija de un pintor de flores y su madre viajaba por el bosque haciendo cosquillas a los árboles, ella aún no hacía nada, porque pensaban que era muy pequeña, pero tampoco lo era tanto!! ya tenía 80 otoños, podía correr tan rápido como el viento y era capaz de hacer con su voz que el río saltara entre las piedras con la violencia de una tormenta. Tenía unas hermosas orejas puntiagudas, el cuerno de su frente revelaba que ya casi era una adulta y podía mover su cola con gracia de una traviesa ardilla. Su larga cabellera era del color de la luna, sus ojos de color de las fresas maduras y tenía una preciosa sonrisa que solo mostraba al sol cuando salía a saludarlo cada mañana, ya que era muy tímida.
Después de que todos los doctores del reino examinaran al principe y no fueran capaces de encontrar la cura, la pequeña Salvia se escapó una mañana, cuando el rocía todavía brillaba entre las ojas de la casa, y corrió rauda, como solo ella sabía, hacia el castillo. Los guardias la dejaron pasar, en cuanto vieron su noble sonrisa, y tímida, se acercó hasta los reyes, pidiéndole que le dejaran acercarse al príncipe, quería cantar para él, para que se sintiera mejor. Ellos, conmovidos por los nobles sentimientos de la muchacha, la acompañaron hasta el balcón donde el pasaba los días, mas entre tinieblas que entre realidad. En el momento en que Salvia le vio, algo se estremeció dentro de su pequeño cuerpo, comenzó no solo a cantar invocando al espíritu del río, comenzó a bailar invocando a todos los poderes que la rodeaban. El río comenzó a bailar y a saltar, salpicando a los arboles que orgullosos, se erguían a su orilla, sintieron tantas cosquillas, que comenzaron a mover sus ramas repartiendo la fragancia de la mañana por todo el bosque, a su vez, de lo alegres que estaban por escuchar la maravillosa voz de Salvia, lanzaron sus flores mas bonitas creando una lluvia de flores. El espíritu del bosque se despertó con tanto barullo, y quedó tan impresionado por la buena voluntad de la pequeña muchacha, que sopló su aliento sobre la flores que volaban por el aire. Cuando el principe sintió el roce de sus pétalos en la cara, sintió como salía de su encierro, sintió como la luz volvía a sus ojos, como el color volvía a sus mejillas y como la vida volvía a su cuerpo. Y así, lo primero que vio, fue a Salvia, y así también, lo primero que decidió, es quien le ayudaría, por siempre y hasta que sus espíritus viajaran al final del camino juntos, a velar por la vida de su bosque.
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